Tal vez no es exhaustivo... simplemente es. Aquí va.
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EL KITSCH
SUS DIMENSIONES ESTÉTICA Y COMUNICACIONAL
SUS DIMENSIONES ESTÉTICA Y COMUNICACIONAL
El Kitsch es un estilo artístico, un concepto estético y cultural que imita las formas y productos de un pasado “prestigioso”, las cuales fueron y son socialmente aceptadas y consumidas.
Desde sus orígenes, ironizaba con la relación entre arte “barato” y consumismo; pero actualmente también designa la inadecuación estética en general, y nos permite comprender mejor las formas de la cultura y el arte contemporáneo, de la industria cultural.
Mientras redacto este informe, tomo apuntes con mi lápiz pasta, que más se parece a un cohete espacial, con tintas de los colores más raros. Tomo una taza con una leyenda que dice “Recuerdo de La Serena”, y una foto (o algo parecido) del faro monumental, con colores que perturban mi memoria emotiva (¿el faro es salmón?). Mientras tanto, miro mis pantuflas, que asoman el rostro de “Mickey”: sí, el famoso ratón de Walt Disney, y tarareo canciones de las Spice Girls, recuerdo de mi pasado infantil que anhelo evocar. ¿Sería lo mismo si en vez de toda esta parafernalia, tuviera simplemente una lapicera bic, un tazón blanco, unos zapatos de levantar muy cómodos, y escuchara a Los Bunkers? Funcionalmente, claro que sí. Pero no hay cómo sentirse “especial”, querido, e incluso más seguro, con estos objetos que tienen una significación subjetiva y emotiva diferente a la convencional. Sí, todos tenemos algo de Kitsch.
Podemos caracterizar y determinar la importancia del Kitsch dentro de dos dimensiones: una estética y otra comunicacional. Lo estético está relacionado con la forma, con los recursos utilizados en la construcción, ya sea de un objeto, un concepto, un personaje, una canción, una película, etc. Lo comunicacional tiene que ver con la intención que tiene el autor de una obra kitsch al realizarla: cuál es el efecto que busca obtener con su publicación.
En lo referente a la dimensión estética del Kitsch, podemos decir que éste es un arte anacrónico, pues fusiona elementos artísticos ya establecidos para darles una forma con sobrecarga sentimental, incluso cursi. Pero no se trata de una fusión “coherente” con un claro sentido artístico, sino que de una imitación, una clara copia- para algunos, no tanto- de un estilo, una moda que existió y se impuso hace algún tiempo, distinguiéndose en su momento. Por lo tanto, el Kitsch tiene un cierto sentido evocador, pues le tiene miedo a la muerte, un miedo basado en el popular pensamiento de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero debe volver a antaño, a los métodos primitivos, porque en sí mismo carece de toda imaginación propia.
El Kitsch se asocia y quiere imitar un contexto aristocrático, en donde son sus protagonistas los que han juzgado y determinado a través de la historia, sin pretensión conciente, lo que es un “buen” o un “mal” arte. Es entonces el burgués, el nuevo rico, el hombre que surge, el que cree poder alcanzar siquiera ese estatus que siempre envidiaron de la élite, copiando las características y hábitos culturales que lo hacen sentirse como igual: el arte es la manifestación más tangible para demostrar al mundo su renovada alcurnia. Y lo hacen imitando tanto la forma de vestir como la decoración de sus hogares, en una simulación exagerada, y que no tiene una base ni en la estética ni en el arte.
Por otro lado, en lo referente a su representación, el Kitsch se opone rotundamente a la simplicidad, siente un rechazo a las superficies limpias, y se manifiesta en una sobriedad perdida, en una exagerada tendencia a la distorsión de los objetos en función de la decoración, pero más de la ornamentación. Se transforma finalmente en un arte de mal gusto, pasado de moda (a pesar que quiere evocar una “moda” anterior), y es pretencioso pues sueña con volver a evocar a esas ya añejas sensaciones con clichés prefabricados y –ultra- repetitivos.
El Kitsch quiere que volvamos a sentirnos jóvenes usando esa ropa que pasó de moda hace veinte años, comprando ropa usada, vistiendo pantalones ajustados, usando zapatos con terraplén, y con una chasquilla que haría resucitar a Elvis Presley. Pero esto no sin antes repletar la pared de mi casa con cuadros-imitación de la Mona Lisa, La Última Cena, o tal vez, quién sabe, del mismo Elvis, con marcos de plástico que simulen oro en un estilo rococó, porque es “elegante”. Al mirarlos- y mirarnos- exclamaremos: “¡Qué monono!”.
Pero el Kitsch no quiere ni pretende producir “lo bueno”, sino que “lo bello”, una belleza claramente subjetiva y preexistente. No busca calidad, pues debe llegar a la mayor cantidad de personas y a un bajo costo. Está bajo las reglas del mercado, dentro de una industria cultural que se basa fríamente en los vaivenes de la oferta y la demanda. Es por eso que no hay en él un desafío estético, que lo distinga en sus preceptos de los demás estilos, pues carece de un proceso de creación que simplemente se determina por las modas impuestas socialmente. No hay una autenticidad de las formas y conceptos en el Kitsch, ni tampoco es su pretensión tenerla. Además, es importante mencionar que es industrial y masivo, al contrario de lo artesanal y folclórico, en donde cada pieza se distingue de las demás por ser particularmente diferente, y que tiene una carga histórica y social potente.
El Kitsch ha sido denominado por muchos como un arte de mal gusto, pues los objetos son empobrecidos con materiales baratos y una manufactura que deja mucho que desear. Son verdaderas “obras de arte” convertidas en objetos de la vida cotidiana. Estos materiales son disfrazados para que simulen una mejor categoría estética: el plástico con rayas que pretende pasar como madera, o tal vez el algodón que sueña con lucir como seda. En cuanto al uso de los colores, en forma general, podemos decir que los más citados son el rojo, el rosa, el violeta y el lila: las tonalidades clichés de los vestidos de las damas de honor y del pastel en un matrimonio.
“Y por si esto fuera poco…” es tal vez lo que no se cansa de repetir el Kitsch, tratando de “sorprendernos” con algo llamativo, algo “lindo” (no hay palabra en el español que lo defina mejor), pero que en cualquier momento puede ser desechado por otro objeto, otra canción, otro personaje, otro estilo que esté más de moda, que esté menos “gastado”, y que sirva para atraer a la masa de consumidores que pretende. Total, es el mercado el que manda, y hay miles de “Elvis Presley” que puedo evocar una y otra vez, cuantas veces quiera.
En cuanto a la dimensión comunicacional del Kitsch, existen dos teorías que plantean diferentes efectos que quiere lograr el autor de una obra. La primera manifiesta que existe un desprecio y a la vez un deseo- secretos- de diferenciarlo del “arte culto”. Aquí no importa si el “artista” deseaba aparentar o no una pieza más costosa, para que quien la poseyera se destacara como superior. La otra teoría habla de ese deseo de “aparentar ser” (que trajo consigo el capitalismo), y está pensado para que precisamente su poseedor aparente ser algo o alguien que no es, de una clase social, económica o cultural “superior” a la suya. Entonces, dependiendo de lo que desee provocar el autor, una u otra “profecía” debiera cumplirse.
Debemos remarcar nuevamente que el Kitsch es producto del consumismo, por lo tanto su identificación es con el consumidor con un nuevo estatus social, en una sociedad de masas, y no con una respuesta artística genuina. Se ha dicho que es el arte para el hombre de clase media que no tiene mayores metas intelectuales, y sirve para dar a la audiencia ocio y algo que mirar: sí, “¡pan y circo!” para el pueblo. Simplemente pide a sus espectadores dinero a cambio- así de simple; y ni si quiera su tiempo, en el que podría realizar una “reflexión” de la obra. Como diría nuestro amigo Porky: “¡That’s all folks!”
Sin lugar a dudas, el efecto más connotado que logra el Kitsch, y que puede considerarse tanto positivo como negativo, es el de la democratización del arte. Así es, algo que en un momento fue de único privilegio para unos pocos, ahora llega, deformado o no, a mis manos para su goce estético: puedo sentirme orgulloso de las imitaciones de La Mona Lisa o La última Cena, que colgué en las paredes de mi casa, con marcos de plástico-rococó, y exclamar, con actitud soberbia: “tengo un Da Vinci”. A pesar de la caricaturización, es una característica que le otorga un gran valor, pues cree en la igualdad del goce estilístico para todos, y le acerca la “cultura”- o lo que quiera o pueda llamarse- a “los regalones”. Bastante conveniente. Y cómo no, si puedo gozar de estos “Da Vinci” por sólo mil pesos: “todo a luca, caballero, aproveche, son los últimos que me quedan”. ¡Y qué manera de aprovechar, comprando como si se fuese a acabar el mundo!
El Kitsch es golosina para nuestros sentidos, pues ayuda a tranquilizar a las almas comunes, a los mortales, al ciudadano común. Como dijo el diseñador Paolo Calia: “El Kitsch es abalanzarse sobre una torta de crema chantilly luego de haber comido durante años arroz hervido”. No hay mejor metáfora para caracterizar esta actitud del kitschmensch (el “hombre Kitsch”), ya que ha creado la atmósfera de seguridad que la sociedad y él necesitan.
Este concepto es a la vez un fenómeno connotativo, pero no denotativo. Esto quiere decir que es subjetivo, que está basado en la realidad, pero su objetivo no es retratarla, sino que hacernos “pasar gato por liebre”. Y somos concientes de esta situación, pero la aceptamos, pues lo que buscamos- y lo que se nos ofrece- es una película, una canción o un objeto agradable, entretenido, sobretodo fácil de digerir, y no precisamente un “buen trabajo”- aunque a nuestros ojos y oídos parezca serlo. Lo que le importa al Kitsch es el efecto que produce sobre nosotros, para que, hipnotizados bajo él, vayamos a la tiendita de “Todo a mil” y compremos compulsivamente, de acuerdo a una “necesidad” que él mismo ha creado, y que ha llegado a convertirse en “básica”, ese portalápices de madera, de diversos colores y miles de (in)utilidades “que con urgencia anhelábamos”.
En “Apocalípticos e Integrados”, Umberto Eco lo explica muy bien: “… (algo) es Kitsch no sólo porque estimula efectos sentimentales, sino porque tiende continuamente a sugerir la idea de que, gozando de dichos efectos, el consumidor está perfeccionando una experiencia estética privilegiada”.
Ahora bien, el Kitsch no es producto del azar, sino que es la expresión misma de una época, que ha sido desde siempre la vieja misión del arte. Es decir, ser un reflejo, pues declara estar conforme con el mundo y su curso: el capitalismo y el consumismo ya forman parte intrínseca de él.
El Kitsch es ante todo un arte sentimental, jamás racional. No busca la crítica intelectual ni una reflexión (sobre)analizada del objeto, sino que quiere- a toda costa- provocar emociones, sentimientos; pretende evocar sensaciones olvidadas, canalizadas en una carcajada o en una lágrima. Es un fraude comunicacional, no a nivel de contenido.
El Kitsch quiere que suspiremos una vez más escuchando a Cecilia o a Peter Rock, con varios kilos de más, con una vestimenta anacrónica, irrisoria y al borde de lo “ridículo”, cantando a play back, treinta o cuarenta años después; que luego compremos el compendio de “los mejores éxitos” y un cintillo fluorescente con sus nombres, para que finalmente digamos: “qué buenos tiempos, qué ganas de ser
Como dijo Milan Kundera, en su libro “La insoportable levedad del ser”: “El Kitsch provoca dos lágrimas, una i
Sin lugar a dudas, originalidad no es lo que busca, dentro de esta industria cultural, y tampoco es su punto fuerte. Es constante la referencia a objetos chinos importados en nuestro país con la etiqueta “Made in China”, la cual finalmente se ha transformado en el eslogan de sus productos. Y no es precisamente una evocación positiva, sino que al contrario. Se convirtió en la frase cliché para referirse a aquellos objetos de mala calidad, pero que tienen “algo” que hace que se comercialice por todo el mundo con tanto éxito: ese “algo” es lo que lo hace Kitsch.
Más allá del interminable escaparate de objetos chinos considerados kitsch, exis
Niños chinos se engañan a sí mismos creyendo estar inmersos en el mundo fantástico de Disney, sacándose fotos de recuerdo con Donald Duck (que pareciese que tuviera ataque de colon), y sus padres son partícipes de esto. Pero son felices por un día, ¿será necesario pagar mucho más por estar en el parque original? …Al fin y al cabo, Mickey, Minnie y sus amigos no son reales, sino que forman parte del imaginario de estos niños deseosos de aventuras.
Ahora bien, ¿esta copia es de calidad? “Si es chino, es malo”, dice la gente. Y tal vez en algo tengan de razón, pues en Shijingshan la calidad no es lo más importante. Los pseudo-personajes están fabricados de materiales que dejan mucho que desear, incluso el cierre sus trajes se ve a larga distancia (¿los niños acaso creerán que el “patito Donald” sufrió un accidente, y que esos son los
A pesar de las imitaciones a los clásicos personajes de Disney, Shijingshan también posee unos propios de la cultura oriental. Se trata de personajes de la animación japonesa y china, como lo son Doraemon (el “gato cósmico”), Hello Kitty (la gatita que está de moda); pero también existe uno original: la mascota de los pasados Juegos Olímpicos de Beijing.
Como en la esencia misma del Kitsch, el fenómeno de democratización de la cultura, dentro de su dimensión comunicacional, es también relevante dentro del análisis de Shijingshan Amusement
Que en paz descanses, Walt Disney